Sobre la mesa y encima de ella, un muestrario que había recortado recientemente de una revista ilustrada y guardado en un bonito marco dorado. Mostraba a una dama ataviada con un sombrero de piel y una boa de piel que, sentada erguida, levantaba hacia el espectador un pesado manguito de piel que le cubría toda la parte inferior del brazo. Luego se volvió para mirar por la ventana el tiempo desapacible.
“¡HE ELEGIDO UNA CARRERA AGOTADORA! VIAJAR DÍA TRAS DÍA”
Se impulsó lentamente sobre la espalda hacia la cabecera para poder levantar mejor la cabeza; encontró el lugar donde le picaba y vio que estaba cubierto de un montón de manchitas blancas que no sabía qué pensar.
Y cuando intentó palpar el lugar con una de sus piernas, la retiró rápidamente porque en cuanto la tocó le sobrevino un escalofrío. Volvió a su posición anterior. Otros vendedores ambulantes llevan una vida de lujo.
Debería intentarlo con mi jefe y que me echara en el acto. Pero quién sabe, quizá sería lo mejor para mí. Si no tuviera que pensar en mis padres, habría presentado mi dimisión hace mucho tiempo, me habría acercado al jefe y le habría dicho lo que pienso, le habría dicho todo lo que pienso, le habría hecho saber lo que siento. Se caería de la mesa. ¡Y es un asunto curioso!
“OTROS CINCO O SEIS AÑOS SUPONGO, ESO ES DEFINITIVAMENTE LO QUE HARÉ”
Eran las seis y media y las manos avanzaban tranquilamente, era incluso más tarde de las seis y media, más bien las siete menos cuarto. ¿Tenía el ala?
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